Ay, qué dias más extraños. Estamos en abril, y desde la ventana de mi trabajo veo cada vez más nieve (En la Sierra de Madrid), hace viento, llueve y tengo frío. Ando destemplado, creo que estoy incubando algún virus o será un bajón pre-primaveral.
Aun así, el domingo cogí mi flamante bicicleta nueva, mi casco de hormiga atómica y me fui a explorar los dominios de mi reino. A los cinco minutos ya se había salido la cadena. Además, me he dado cuenta de que Madrid está construida en cuesta, y el carril bici aparece y desaparece en plan Guadiana. Hay que esquivar a los viejos que andan por mi carril y a los niños que van por el otro. Empiezo a sudar y se vuelve a salir la cadena: momento de pánico inminente; con la emoción se me ha olvidado coger la bomba y los parches por si se pincha la rueda. La suerte es que no hay pinchazo.
El viento sigue en aumento y me aparece una cuesta para alpinismo, además, me duele el culo: sigo sudando como un pollo y me quedo sin saliva; debí llevar agua. Todo esto, a unos trescientos metros de mi casa.
Me doy cuenta de que soy un completo inútil cambiando las marchas de la bicicleta. En mis tiempos, la bicicross BH era sencilla, frenabas y punto, y al llegar a una cuesta, te ponías en pié y le echabas huevos, ahora necesitas la carrera de ingeniería aeronáutica. Al final, en cuesta abajo no me daba tiempo a pedalear y en cuesta arriba me quedaba clavado: todo un espectáculo.
Tras tres direcciones prohibidas y seis aceras adelantando a abuelas con carritos (ya pasé del carril bici) consigo llegar a mi casa, en un momento en que mis canillas zozobraban nerviosas. Ahora sólo queda echarse la bici al hombro y subir hasta el tercero sin ascensor mientras rezo por que no salga ningún vecino, que me da corte que me vean así, tan deportista.
Eso sí, volveré a cogerla.....cuando tenga un callo en el culo.